El titulo de este post refiere a una película homónima de Alain Delón que siempre me llamó la atención y que nunca pude ver. Esto me llegó a la mente cuando tuve que relatar el siguiente hecho extraño y curioso que sucedió el pasado viernes. Tenía que entregar un libro por Devoto. Buscando en la guía le di un vistazo al mapa y memoricé la disposición de las manzanas. El lugar era en un pasaje complicado de llegar, tenía que bajar en Jonte y Cuenca, de ahí zigzaguear hasta encontrar el pasaje “De San Ginés”, cuando llegué a destino tomé la primer calle que encontré caminando por Cuenca. Un pasaje muy estrecho que me di cuenta a los veinte metros que no podía ser que me llevara al indicado. Miré a ver cual era el nombre de esa calle y me llevé una gran sorpresa. En el cartel de una casa se leía “Dantas”. Recordé al instante que ese era el pasaje donde se ubica la escuela “Antártida Argentina e islas del Atlántico sur”, donde hice séptimo grado y terminé la escuela primaria. Miré atrás y adelante para ubicar donde estaba, y rememoré que necesariamente tenía que estar adelante mío. Al llegar a la puerta, un hombre lavaba uno de esos coches antiguos, que llevaba pintado todo un sponsor de “La Nueva seguros”. Me quedé mirando la fachada de la escuela, agolpado por los recuerdos. Finalmente, le pregunté al hombre si era de la escuela, resultó ser el casero. Le comenté que hacía 18 años yo había terminado allí la primaria. Le pedí si me dejaba pasar. Sin problema, me dijo que entrara. Cuando entré, todo era un shock de diminuto. Todo se me hacía más chico, contando con que yo lo era en aquel momento. Ese año de mi escuela, fue el mejor de toda mi primer etapa estudiantil, y quizás de todas. Las maestras me querían un montón, todas. Organizamos actos con guiones o ideas que yo propuse. El 25 de mayo, el día del maestro, el de fin de año, entre otros. Mis notas fueron excelentes, fui abanderado. Fue quizás, la etapa dorada a la que todo niño quisiera volver. Miré la puerta del viejo salón, no me animé a entrar por el ruido que haría. Ahora, mi aula tenia nombre, “Estrecho San Carlos”. Todas lo tenían con nombres de lugares de continente blanco. El mástil donde me escondí, para hacer una entrada en escena, durante el acto del día del maestro. Todos esos recuerdos me embargaron de la emoción, como para sentirme muy viejo. Y me sentí bien, ser el que ha llegado hasta aquí, por el camino que tengo detrás de mí. Cuando salí le agradecí al casero y me fui a entregar el libro. Al volver al parque, se lo conté a Leticia, que justamente era como se llamaba mi maestra de séptimo grado. Una de las pocas maestras que me alentó a ser como yo era. Mis recuerdos estarán siempre con esa y otra gente, en el fondo de mi corazón.
Han entrado en la dimensión desconocida de Ichinén....
No hay comentarios.:
Publicar un comentario